Reflexiones
Confinadas
A veces uno tiene que mojarse. Y no hablo de la playa,
ese objeto de deseo tan lejano hoy por hoy, en mitad de esta pandemia. Hablo de
dar la cara, de manifestarse. No hablo de madridismo y barcelonismo, si me
apuras no hablo de política. Hablo de sentido común. Hablo de necesidades.
Miren ustedes, atiendan a algo. Pregunten a quien
quieran por los padres de la Constitución. Indaguen sobre su popularidad hoy,
cuarenta y dos años después. Les aseguro que, en cualquier encuesta, tienen
mayor popularidad que ustedes, tenemos por ellos infinito más respeto que por
ustedes. Personas de distinta condición, educación, pelaje y ancestros, que se
sentaron y sellaron un documento que ha dado paz y bienestar a nuestra sociedad
durante años. En palabras soeces, un comunista, varios fachas, algunos
políticos del anterior régimen, socialistas rojales y hasta un catalanista
concentrando esfuerzos para sacar adelante una constitución que aportase
estabilidad a un país que, quisieran más o menos los españoles, se había quedado
huérfano tras una férrea dictadura de tintes tan autoritarios como
paternalistas.
Si este ejemplo no les hace pensar, si con el mismo no
puedo apelar a su sentido común, revisen las hemerotecas y descubrirán que la
mayoría de los políticos, cuando ya no están presos de disciplinas de partido,
tienden a manifestarse rápidamente de acuerdo en aquellos temas que atañen al
día a día de los españoles, de los europeos...
Quizá hace falta que ustedes no tengan
responsabilidades que indirectamente les entregamos para que puedan pensar con
claridad cuál era la finalidad de su actividad, a qué vinieron a la política.
Vinieron para servirnos. Vinieron, debieron venir, con la voluntad de
conciliar, no de abrir las cicatrices que todos sabíamos que existían, pero que
nunca tocábamos, en una suerte de respeto mutuo.
Miren una cosa. Hay una generación de españoles que
levantó España tras una cruenta guerra intestina. Españoles de cualquier signo
y condición, que emprendieron una tarea que cumplieron con creces: entregaron a
sus hijos una España mejor, que quería dejar atrás su pasado, sus heridas. De
aquella generación apenas quedaban unos pocos, y muchos de ellos han perdido la
vida en estas semanas tan desdichadas. A ellos, los primeros, debemos honrarlos
cuando podamos salir a la calle. Trabajaron con la duda de saber si volveríamos
a ser un país, si dejaríamos atrás el hambre y las estrecheces, y lo
consiguieron.
Tras esa generación, llegó la generación que se está
marchando estos días, que se nos está escapando, joder, que, aunque tapemos el
grifo con las manos sin más protección que unos guantes, se escapa entre los
dedos, en un goteo incesante. Esos son los de la Constitución, los de los
Pactos de la Moncloa, esos son los que han trabajado toda su vida para darnos
carreras, futuros, bienestar y derechos. Se van. Y aún en ese último momento,
destilan bondad: se van con la angustia de no saber qué será de nosotros tras
su marcha. Me pregunto si todos nosotros somos, seremos capaces de honrarlos de
la forma que a ellos les haría sentir orgullosos, y que no es otra que estar a
su altura. A ellos, cuando todo esto pase, también habrá que honrarlos, en
muchas familias habrá que hacerlo desde el dolor de su pérdida, en otras,
ojalá, desde la alegría de conservarlos y desde el agradecimiento que surgirá
tras estos días de reflexiones confinadas.
Señores políticos, me quedan tres grupos más por los
que pedirles altura de miras y sentido común.
Obviamente hay mucha gente trabajando en la calle, en
el campo, expuestos, sin las protecciones necesarias. Hombres y mujeres
saliendo cada día a trabajar y volviendo a casa siempre con la incertidumbre y
la culpa dentro: ¿estaré infectada? ¿Traeré la desgracia a mi familia? Muchos,
muchos de ellos no tienen elección. Han de hacerlo, han de salir a la calle
para poder COMER, para poder mantener a sus familias, en una versión nueva de
«El amor en los tiempos del cólera». ¿Pueden imaginar lo que piensan en la
estación de Metro, en la fábrica, en la farmacia? Creo que no. Pero cuando salgamos,
esas personas merecen también su «estoy contigo», su «gracias».
Hay muchas razones en las que pensar cuando uno se
debate en el cómo salir adelante. Miren, señores políticos de las distintas
bancadas: ¿han pensado cómo ha sido el último mes y medio en la vida de
cualquier médico, enfermera, auxiliar, celador? Un soldado debe estar preparado
para luchar, para disparar, para morir en la batalla si es necesario pero,
¿cuánto hace que no vamos a una guerra masiva, en la que nuestras Fuerzas
Armadas tengan que hace uso de sus armas? Yo se lo digo: salvo contadas y por
supuesto honrosas y aplaudidas misiones internacionales, hace mucho que no
tenemos, por fortuna, que someternos al arbitrio de la dureza bruta. Imaginen
entonces por un momento lo que ha sido para nuestro colectivo sanitario
enfrentarse a una pandemia así. Claro que en los hospitales se moría gente
pero... ¿así? ¿En ese número? ¿En esas condiciones? ¿Alguien puede hacerse una
idea del golpe emocional que han sufrido y sufrirán nuestros especialistas en
salud? Alguno de ustedes, por desgracia, habrá vivido la crudeza de ver cómo se
va un familiar. ¿Imaginan lo que es que todos los días veas caer a esas
personas que horas antes te transmitían sus deseos de vivir, sus miedos y sus
anhelos? Creo que no consiguen, que no conseguimos, recorrer del todo el camino
de la empatía con esas personas humanas que luchan cada día para sortear
fatales desenlaces. Los abandonamos a su suerte. Abandonamos la protección de
lo único que realmente importa: proteger la vida. Ustedes y nosotros, sus
votantes, hemos permitido que el sistema se depauperase, confiando en la
bonhomía del colectivo. Pero ellos, en una crisis así, se han visto finalmente
desbordados. ¿Podemos imaginar lo que es para una persona con esa vocación por
salvar vidas, tener que llamar cada día a varias familias para anunciar un
deceso? Yo, sinceramente, creo que no. Les llamamos héroes, pero les fallamos.
Ojalá no lo hagamos de aquí en adelante, y les apoyemos en una vuelta a la
normalidad que ya nunca, nunca, será como antes.
Pero, sin duda alguna, si ustedes quieren desandar lo
andado y ayudarnos a recuperar la esperanza en el futuro, si a alguien le
debemos, no solo ustedes, esa obligación, es a la generación que está hoy
confinada en casa, jóvenes y niños que asisten inquietos en esta coyuntura, con
miedos que les pasarán factura. A ellos les contamos que nuestros padres
lucharon por un mundo mejor, personas que con ideologías muy distintas supieron
aunar, ceder, crear espacios de entendimiento. ¿Podemos ofrecerles a nuestros
hijos y nietos algo así? ¿Podremos concentrarnos en devolver a los jóvenes lo
que nuestros padres y abuelos si supieron construir para nosotros?
Siento tener que terminar así esta reflexión que al
fin explotó en letras ordenadas, pero hoy, a día de hoy, pese al horror, no veo
esa intención de reflexionar.
Por eso quería pedírselo. Por favor, sentido común,
altura de miras. Servicio público. Sin nuestros representantes. Pongan las
bases para salir de esta ignominia.
Hay tan poco de eso....
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