viernes, 18 de septiembre de 2015

AUNQUE TÚ NO LO SEPAS


Antes la noche ponía unos puntos suspensivos en la actividad. La vida se iba por un rato a dormir, enfundada en un pijama común. Hoy no. Esta aldea global ya no se acuesta a la misma hora, y por eso, mientras yo duermo, aunque no lo sepa, están pasando cosas. Las sabré por la mañana. Porque eso sí, todos al final dormimos. Y todos, más tarde o más temprano, al final nos levantamos.



Querría escribir. Querría comunicarme, hacerlo de la forma que mejor sé hacer: tecleando pensamientos, desgranando espigas de letras que conforman una historia. Pero a veces uno quiere, uno desea, y nada concreto llega.

Fui a buscar inspiración a lugares anteriormente frecuentados, hice cuarenta o cincuenta largos en la piscina, concentrándome no en mi estilo sino en mis pensamientos, en mis voces interiores. Inicié diez o veinte historias que no pude concluir, y después de todo eso, después de kilómetros de running y de insomnio, tuve que rendirme a la evidencia: no había letras, no podía comunicar. Y el blog, mi blog, languideció.

Poco a poco las visitas decayeron, sin nuevo material la gente, mis lectores, abandonaron ese refugio donde crecían antes mis letras.

Lo que más me dolía es que me había acostumbrado a sus visitas, a sus comentarios, a avisarlos por whattsapp y Twitter de la publicación de un nuevo relato. Me había quedado colgado de sus palabras de apoyo, de sus Me gusta, del calor que sentía gracias a ellos. Quería escribir y no salía nada. Y echaba de menos ese contacto.

Delante del ordenador en la terraza, tarde ya, a punto de cerrar el día, de repente de la tele encendida a modo de acompañamiento parten unos acordes que me recuerdan algo. Clara Lago canta Aunque tú no lo sepas, y lo hace de un modo tan íntimo y personal que parece que me canta a mí, ¡perdón, qué locura! No que me canta a mí, pero sí que me deja un mensaje, una señal.

Antes de terminar la canción cambio mi estado del Whatsapp, No me cansaré nunca de escuchar Aunque tú no lo sepas, escribo. El estado se actualiza, apago el móvil, me meto en la cama. Duermo.

Un rato más tarde, en otra esquina de la ciudad, Idaira examina su móvil, avanza con el dedo por su lista de contactos buscando el nombre de su ex. Idaira no va a escribirle, sólo quiere saber, y a veces los estados y las fotos de las redes hablan mucho, dicen mucho. Ella no va a escribirle, ni tan siquiera quiere saber cosas que la hagan daño, pero no puede resistirlo: cuando el dolor de la perdida es tan fuerte, cuando la soledad la come como hoy, sola en casa, se pregunta qué hará el, si estará con otra, y si la manda, como la hacía a ella, mensajes dentro de un estado, sutiles palabras en el código de dos enamorados. Ella no quiere hablar, no va a escribirle, pero necesita saber, y avanza entre los contactos hasta llegar al suyo, más para su alivio permanece la misma foto y el mismo estado anodino de hace unas semanas. Y antes de cerrar la aplicación, justo al lado en la lista, encuentra mi estado, rememora la canción, abre Spotify y la pincha. Y dos lágrimas gordas que nadie va a impedir que se desprendan caen por sus mejillas mientras me escribe un mensaje: ¡Qué cabrón eres! O lo mismo soy yo que estoy muy tonta, pero me has hecho emocionarme y eso sin que me envíes uno de esos relatos tuyos tan deliciosos. Un beso campeón.

En otra ciudad, lejos, Bárbara ha conseguido lo que buscaba. Hoy casi todo está en la red, y buceando, ella ha encontrado mi número de teléfono. No hay un interés malsano en ello, seguramente Bárbara nunca me llamará, pero yo soy ese chico que llegó un verano a su vida y que la dejó un trocito de su corazón mientras la robaba un cachito del suyo. Esos recuerdos se medio olvidan con los años, se aviejan y normalmente se pierden, pero otras veces quedan ahí, y en algún momento afloran. Todos hemos pensado alguna vez qué habrá sido de tal o cual amigo, de aquel amor, de aquellas vacaciones... Bárbara no es una extraterrestre, y justo hoy encuentra mi teléfono, y me graba, y lee mi estado. Yo creo que como en la canción, Aunque yo no lo sepa, ella me piensa, me da un abrazo imaginario. No llamará ni esta noche ni nunca, quizá porque es consciente de que no es ni soy ni somos lo que fuimos, y es más bonito revivir el recuerdo que una realidad forzada.

Sonia me escribe nada más leer el estado. Me manda otra versión de la canción, tuitea el título y lo comparte en otras redes, y Aunque tú no lo sepas se convierte esa noche, mientras duermo, en la canción más escuchada si eso pudiese medirse así como así. Porque Sonia es Sonia la de las redes, y muchas de sus cosas se hacen vírales, y ella tan contenta, y me escribe para contarme los recuerdos que tiene de esta canción, de cuando abríamos la vida los viernes por la tarde y la bailábamos por el sábado para devolverla a casa los domingos.

Es curioso porque la letra de esa canción me recuerda a ese amor que pudo haber sido y no fue, a ese que pica pese al paso del tiempo, el que te reconoce un amigo una noche tras todas las copas, el que de ser tan cierto dio miedo y tras alejarse no pudo recuperar. A esos amores todos podríamos cantarles una canción que empezase como empieza ésta: Aunque tú no lo sepas.

Y así, sin querer, pasa la noche y yo enciendo el móvil al despertarme. Y aunque yo no lo sepa, todo esto ha ocurrido en mi ausencia, y me sirve para, por fin, escribir, escribiros, me permite contar una historia con varias historias dentro. Aunque eso sí, tu, tu aún no lo sepas.