miércoles, 27 de mayo de 2020

REFLEXIONES CONFINADAS

Las 5 claves para la gestión psicológica del confinamiento o ...


Reflexiones Confinadas

 

A veces uno tiene que mojarse. Y no hablo de la playa, ese objeto de deseo tan lejano hoy por hoy, en mitad de esta pandemia. Hablo de dar la cara, de manifestarse. No hablo de madridismo y barcelonismo, si me apuras no hablo de política. Hablo de sentido común. Hablo de necesidades.

 

Miren ustedes, atiendan a algo. Pregunten a quien quieran por los padres de la Constitución. Indaguen sobre su popularidad hoy, cuarenta y dos años después. Les aseguro que, en cualquier encuesta, tienen mayor popularidad que ustedes, tenemos por ellos infinito más respeto que por ustedes. Personas de distinta condición, educación, pelaje y ancestros, que se sentaron y sellaron un documento que ha dado paz y bienestar a nuestra sociedad durante años. En palabras soeces, un comunista, varios fachas, algunos políticos del anterior régimen, socialistas rojales y hasta un catalanista concentrando esfuerzos para sacar adelante una constitución que aportase estabilidad a un país que, quisieran más o menos los españoles, se había quedado huérfano tras una férrea dictadura de tintes tan autoritarios como paternalistas.

 

Si este ejemplo no les hace pensar, si con el mismo no puedo apelar a su sentido común, revisen las hemerotecas y descubrirán que la mayoría de los políticos, cuando ya no están presos de disciplinas de partido, tienden a manifestarse rápidamente de acuerdo en aquellos temas que atañen al día a día de los españoles, de los europeos...

 

Quizá hace falta que ustedes no tengan responsabilidades que indirectamente les entregamos para que puedan pensar con claridad cuál era la finalidad de su actividad, a qué vinieron a la política. Vinieron para servirnos. Vinieron, debieron venir, con la voluntad de conciliar, no de abrir las cicatrices que todos sabíamos que existían, pero que nunca tocábamos, en una suerte de respeto mutuo.

 

Miren una cosa. Hay una generación de españoles que levantó España tras una cruenta guerra intestina. Españoles de cualquier signo y condición, que emprendieron una tarea que cumplieron con creces: entregaron a sus hijos una España mejor, que quería dejar atrás su pasado, sus heridas. De aquella generación apenas quedaban unos pocos, y muchos de ellos han perdido la vida en estas semanas tan desdichadas. A ellos, los primeros, debemos honrarlos cuando podamos salir a la calle. Trabajaron con la duda de saber si volveríamos a ser un país, si dejaríamos atrás el hambre y las estrecheces, y lo consiguieron.

 

Tras esa generación, llegó la generación que se está marchando estos días, que se nos está escapando, joder, que, aunque tapemos el grifo con las manos sin más protección que unos guantes, se escapa entre los dedos, en un goteo incesante. Esos son los de la Constitución, los de los Pactos de la Moncloa, esos son los que han trabajado toda su vida para darnos carreras, futuros, bienestar y derechos. Se van. Y aún en ese último momento, destilan bondad: se van con la angustia de no saber qué será de nosotros tras su marcha. Me pregunto si todos nosotros somos, seremos capaces de honrarlos de la forma que a ellos les haría sentir orgullosos, y que no es otra que estar a su altura. A ellos, cuando todo esto pase, también habrá que honrarlos, en muchas familias habrá que hacerlo desde el dolor de su pérdida, en otras, ojalá, desde la alegría de conservarlos y desde el agradecimiento que surgirá tras estos días de reflexiones confinadas.

 

Señores políticos, me quedan tres grupos más por los que pedirles altura de miras y sentido común.

 

Obviamente hay mucha gente trabajando en la calle, en el campo, expuestos, sin las protecciones necesarias. Hombres y mujeres saliendo cada día a trabajar y volviendo a casa siempre con la incertidumbre y la culpa dentro: ¿estaré infectada? ¿Traeré la desgracia a mi familia? Muchos, muchos de ellos no tienen elección. Han de hacerlo, han de salir a la calle para poder COMER, para poder mantener a sus familias, en una versión nueva de «El amor en los tiempos del cólera». ¿Pueden imaginar lo que piensan en la estación de Metro, en la fábrica, en la farmacia? Creo que no. Pero cuando salgamos, esas personas merecen también su «estoy contigo», su «gracias».

 

Hay muchas razones en las que pensar cuando uno se debate en el cómo salir adelante. Miren, señores políticos de las distintas bancadas: ¿han pensado cómo ha sido el último mes y medio en la vida de cualquier médico, enfermera, auxiliar, celador? Un soldado debe estar preparado para luchar, para disparar, para morir en la batalla si es necesario pero, ¿cuánto hace que no vamos a una guerra masiva, en la que nuestras Fuerzas Armadas tengan que hace uso de sus armas? Yo se lo digo: salvo contadas y por supuesto honrosas y aplaudidas misiones internacionales, hace mucho que no tenemos, por fortuna, que someternos al arbitrio de la dureza bruta. Imaginen entonces por un momento lo que ha sido para nuestro colectivo sanitario enfrentarse a una pandemia así. Claro que en los hospitales se moría gente pero... ¿así? ¿En ese número? ¿En esas condiciones? ¿Alguien puede hacerse una idea del golpe emocional que han sufrido y sufrirán nuestros especialistas en salud? Alguno de ustedes, por desgracia, habrá vivido la crudeza de ver cómo se va un familiar. ¿Imaginan lo que es que todos los días veas caer a esas personas que horas antes te transmitían sus deseos de vivir, sus miedos y sus anhelos? Creo que no consiguen, que no conseguimos, recorrer del todo el camino de la empatía con esas personas humanas que luchan cada día para sortear fatales desenlaces. Los abandonamos a su suerte. Abandonamos la protección de lo único que realmente importa: proteger la vida. Ustedes y nosotros, sus votantes, hemos permitido que el sistema se depauperase, confiando en la bonhomía del colectivo. Pero ellos, en una crisis así, se han visto finalmente desbordados. ¿Podemos imaginar lo que es para una persona con esa vocación por salvar vidas, tener que llamar cada día a varias familias para anunciar un deceso? Yo, sinceramente, creo que no. Les llamamos héroes, pero les fallamos. Ojalá no lo hagamos de aquí en adelante, y les apoyemos en una vuelta a la normalidad que ya nunca, nunca, será como antes.

 

Pero, sin duda alguna, si ustedes quieren desandar lo andado y ayudarnos a recuperar la esperanza en el futuro, si a alguien le debemos, no solo ustedes, esa obligación, es a la generación que está hoy confinada en casa, jóvenes y niños que asisten inquietos en esta coyuntura, con miedos que les pasarán factura. A ellos les contamos que nuestros padres lucharon por un mundo mejor, personas que con ideologías muy distintas supieron aunar, ceder, crear espacios de entendimiento. ¿Podemos ofrecerles a nuestros hijos y nietos algo así? ¿Podremos concentrarnos en devolver a los jóvenes lo que nuestros padres y abuelos si supieron construir para nosotros?

 

Siento tener que terminar así esta reflexión que al fin explotó en letras ordenadas, pero hoy, a día de hoy, pese al horror, no veo esa intención de reflexionar.

 

Por eso quería pedírselo. Por favor, sentido común, altura de miras. Servicio público. Sin nuestros representantes. Pongan las bases para salir de esta ignominia.