¿Por qué? ¿Por qué casi todo tiene
que ser o blanco, o negro? No consigo entenderlo. No consigo digerirlo. ¿Por
qué los cuentos tienen que reflejar sólo el bien y el mal, si la mayoría somos
tan humanos como para tener claroscuros? ¿Era Caperucita tan fresa, tan sweet,
tan cursi? ¿El lobo tiene que ser siempre malo?
¿Qué mal nos han hecho las
cigarras para dejarlas tan mal frente a las hormigas? ¿Por qué los indios
americanos son siempre los malos de las pelis?
Hoy el cuento se da la vuelta, se
pone del revés. Hoy no ganan los supuestos buenos. Hoy hay grises, no sólo
blancos o negros. Hoy te enamoras de una cigarra.
LA CIGARRA PURA VIDA Y LA INSULSA
HORMIGA
Mariano se levanta al alba, y como
duerme medio vestido no necesita mucho tiempo hasta salir a trabajar. Mariano
es fantástico, porque todo lo que hace, lo hace bien. Lo que pasa es que lo que
hace es, en el fondo, sencillo. Es pura rutina. Mariano tiene un puñado de
tierras que trabajar, un poco de ganado al que explotar y una casa con las
persianas siempre bajadas, como si así pudiese aumentar su secretismo, su
anonimato, su necesidad de no ser más que un insecto, una insulsa hormiga
obrera.
A Mariano se la pela el mundo, no
ve las noticias, no sabe del vecino más que lo malo, nunca le pregunta si
necesita algo, y nunca habla con nadie más que para entrar en una conversación
sobre cómo hará mañana, o a cuanto se pagará este año la cebada, o sobre si el
nuevo tractor puede hacer más obradas con menos gasoil. Mariano no necesita de nada,
el domingo va a misa porque hay que ir, es el día que se cambia la camisa y el
pantalón, pero no se queda a tomar algo después, no necesita ese contacto, él
sólo amasa, él solo guarda para pasar este y el siguiente invierno, porque
Mariano, como su padre y el padre de su padre, sabe que el que guarda halla.
A Adriana no la preocupa mucho el
mañana. Bueno, algo sí. A todos nos preocupa el mañana. Pero Adriana no lo
piensa, Adriana lo que quiere es vivir siempre el hoy, llenar su vida, estar
también presente en la vida de los demás. Hace poco, otro amigo la definía con
muy poco: Cuando ella llega, llega la
sonrisa. A mí me parecieron las palabras justas.
Adriana no tiene pelos en la
lengua, habla siempre por los codos, es curiosa pero no cotilla, necesita
saberte, conocerte, estar cómoda en ti, en tu piel. Adri no coge el móvil a
menudo y se olvida del whattsapp, pero tiene esa capacidad para intuir tu
urgencia, tu necesidad, tu falta. Y entonces ella es tu hada madrina, tu nido,
tu ciudad y tu refugio. Sin pedir nada a cambio, con esa sonrisa perenne, que
no se borra ni al llegar el invierno. Adri no mira por mañana, es la cigarra de
este cuento, la cigarra pura vida.
Pero el invierno llega, golpea,
concede más horas a la oscuridad, no hace prisioneros ni concesiones. A Mariano
no le importa. Se acostará con la ropa puesta después de una cena frugal y de
pensar durante unos minutos en el tiempo que hará mañana. Echará unas cuentas
en un sobado cuaderno para saber cuándo podrá comprar un nuevo tractor, maquinará
cómo jorobar mañana un poco al vecino sin que nadie lo note, y se meterá en la
cama, ocupando el mismo hueco que las anteriores quinientas noches. Se morirá
una de esas noches, Mariano, y el entierro será rácano como lo fue él, y
asistirá el vecino de al lado, que dirá que fue un gran hombre, y diez días
después irá al cementerio para mear en su lápida del mármol más barato que
trajo el sepulturero. Una insulsa hormiga amasadora que no deja nada tras su
paso por la vida.
Adriana no morirá nunca, o al
menos no en invierno. Y tendrá días de poca sonrisa, días de niebla o mañanas
de rocío seco y miserable. A Adriana la traicionarán, seguro. Y caerá. Y quizá,
como en el cuento ese horrible, algún año, en mitad del frío, no tenga para
comer porque olvidó guardar. Pero NO morirá de hambre un invierno, no morirá, o
al menos no morirá de eso. Porque de Adriana nos alimenta su sonrisa, su
alegría, su incansable actividad, sus ganas de todo, su incondicional manera de
querer, su delicioso despiste, su inexistente mal perder. Adriana, la cigarra
pura vida, la que no morirá un invierno porque nunca la abandonaremos sus
amigos, quizá un día no esté. Pero la recordaremos. Y a Mariano, a Mariano no.