Creo que todos tuvimos ese amor que revolucionó
nuestras vidas, ese que se vive intensamente, el que parece
dispuesto a no morir nunca y que al final a veces de forma inexplicable se
volatiliza de forma abrupta, dejando en uno o en ambos un sufrimiento
inconmensurable, una incomprensión extrema y duradera. En esa disyuntiva
angustiosa sueles tener, como casi siempre, dos opciones en la vida. Una es
olvidar. Todo. Entero. Tragarlo. La otra es negarse a hacerlo. Y aprender a
vivir con ello. Todos tenemos a alguien que pudo haber sido y no fue. Aunque te
parezcas a Rompetechos.
CARTA
DE AMOR DE ROMPETECHOS
Quizá sufras amnesia, uno de esos episodios que se producen tras un trauma importante, y que son más propios de las películas malas de mediodía, esas que sólo aportan angustia.
Bueno, mejor aún, quizás...quizás has ido a una sesión de hipnosis, una de esas de las que ofrecen dejar de fumar en una sesión, o que van a descubrir lo mejor y lo peor de ti para que te quieras mucho más y eso te haga más fuerte.
Espera, espera... A lo mejor, puestos a elucubrar, a lo mejor el problema está en mí. Quizá todo lo que pasó no pasó. Quizá me he tirado años soñando esta historia, una noche sí y otra también el mismo sueño, las mismas vivencias, y las he hecho mías, las he interiorizado. Quizás es eso, quizá he somatizado mi deseo de tenerte, mi anhelo de tenerte.
Pues no. No te digo yo que no se olviden cosas, no te digo que siendo como soy no haya olvidado algún nombre, alguna calle, o cuándo ganó el Madrid la última Liga... No te digo yo que si no me hago una lista de las cosas que hay que comprar en el híper no se me vayan a olvidar la mitad, o al menos la más necesaria. A veces he ido a por algo en concreto y he comprado de todo menos eso. Me he dejado mis gafas de culo de vaso en probadores de tiendas, en cines y por encima de las mesas de muchos bares mientras tomaba el aperitivo, he llamado cien veces Carlos a un tipo supereducado de la oficina que se llama, ya confirmado, Juan. He prometido asistir mañana a la firma de libros de una amiga escritora y me he presentado pasado mañana en una librería casi vacía...
Soy un charlatán, un contador de cuentos y de estrellas, un mindundi, un tipo de corazón caliente y mente dispersa. Ya te he dicho que soy miope y las canas que me invadieron hace dos años se están retirando para no dejar nada en mi absurda cabeza de chorlito.
Soy un papanatas y un soplagaitas, un místico trasnochado, un pedazo de friki que se disfrazaba en la movida madrileña, y posiblemente me he pasado de todo, y por eso ahora en esta bola de billar que tengo por cabeza apenas queda esperanza para albergar grandes ideas, apenas conservo ya esa chispa juvenil, y he pasado por ese camino que otros pasan, y en el que comienzas siendo el rey, o al menos, el príncipe de tu micromundo, para convertirte en un lacayo del mundo de verdad, con sus corsés y sus clichés.
He pasado por todo eso. Soy hoy lo que soy. Y me ha tocado aceptarme como soy. Aceptar que no se puede ganar siempre. Aceptar que en la vida siempre tendrás al menos un enemigo que quiere morderte. Comprender que la edad es inexorable y que deteriora tu condición....
Soy el tipo de las gafas de culo de vaso, tengo mil defectos y pequeñas virtudes sin importancia, y además ya me he rendido y apenas tengo fuerzas para cambiar mi destino, para influir en el mismo.
Si, soy todo eso pero...¿sabes? Yo no he sufrido amnesia. Y sí que he ido al terapeuta, bueno, en realidad no he dejado nunca de ir desde que en el colegio me pusieron Rompetechos y me jorobaron la existencia, pero mi terapeuta nunca me ha pedido que olvide, que pase página. Me ha pedido otras cosas. Pero nunca me ha pedido que te olvide, ni que olvide lo que pasó. Y si lo hubiese hecho, si me lo hubiese pedido, aún con la excusa de que eso mejoraría mi salud mental, me habría negado en rotundo a hacerlo. Puedo haber aprendido a no ganar siempre. Puedo haber aprendido algo sobre cómo querer a ese tío feo que veo cuando me enfrento al espejo. Lo mismo hasta he aprendido a ser otro en mí. Pero reitero, no he aprendido a olvidarte, ni a olvidar lo que pasó. Y por eso hoy te escribo esta carta. Te escribo para decirte que lo que se vive con intensidad, con arrobo, sin respiración, eso no se olvida. Te escribo para decirte que puedes refugiarte en tu amnesia o en los resortes que hayas aprendido, que puede que eso sea hoy para ti lo mejor. Es posible que hasta los fuegos eternos sean un día ceniza. Es posible que hayas sido capaz de minimizar una realidad, o incluso es posible que el tiempo haya deformado algunas partes como las películas antiguas que se guardaban en latas.
Me da igual. Es más, debería permanecer callado. Debería observar impertérrito cómo parece que no viviste ese momento.
Puedes, pues, continuar negándonos. Yo no lo haré. No haré eso con mis recuerdos. No viviré en ellos, pero no los negaré.
Soy miope, torpe, charlatán y ahora también soy un calvito nostálgico. Pero no niego que nos amamos. Como si no existiese un mañana. Y no. No lo olvidaré.
Quizá sufras amnesia, uno de esos episodios que se producen tras un trauma importante, y que son más propios de las películas malas de mediodía, esas que sólo aportan angustia.
Bueno, mejor aún, quizás...quizás has ido a una sesión de hipnosis, una de esas de las que ofrecen dejar de fumar en una sesión, o que van a descubrir lo mejor y lo peor de ti para que te quieras mucho más y eso te haga más fuerte.
Espera, espera... A lo mejor, puestos a elucubrar, a lo mejor el problema está en mí. Quizá todo lo que pasó no pasó. Quizá me he tirado años soñando esta historia, una noche sí y otra también el mismo sueño, las mismas vivencias, y las he hecho mías, las he interiorizado. Quizás es eso, quizá he somatizado mi deseo de tenerte, mi anhelo de tenerte.
Pues no. No te digo yo que no se olviden cosas, no te digo que siendo como soy no haya olvidado algún nombre, alguna calle, o cuándo ganó el Madrid la última Liga... No te digo yo que si no me hago una lista de las cosas que hay que comprar en el híper no se me vayan a olvidar la mitad, o al menos la más necesaria. A veces he ido a por algo en concreto y he comprado de todo menos eso. Me he dejado mis gafas de culo de vaso en probadores de tiendas, en cines y por encima de las mesas de muchos bares mientras tomaba el aperitivo, he llamado cien veces Carlos a un tipo supereducado de la oficina que se llama, ya confirmado, Juan. He prometido asistir mañana a la firma de libros de una amiga escritora y me he presentado pasado mañana en una librería casi vacía...
Soy un charlatán, un contador de cuentos y de estrellas, un mindundi, un tipo de corazón caliente y mente dispersa. Ya te he dicho que soy miope y las canas que me invadieron hace dos años se están retirando para no dejar nada en mi absurda cabeza de chorlito.
Soy un papanatas y un soplagaitas, un místico trasnochado, un pedazo de friki que se disfrazaba en la movida madrileña, y posiblemente me he pasado de todo, y por eso ahora en esta bola de billar que tengo por cabeza apenas queda esperanza para albergar grandes ideas, apenas conservo ya esa chispa juvenil, y he pasado por ese camino que otros pasan, y en el que comienzas siendo el rey, o al menos, el príncipe de tu micromundo, para convertirte en un lacayo del mundo de verdad, con sus corsés y sus clichés.
He pasado por todo eso. Soy hoy lo que soy. Y me ha tocado aceptarme como soy. Aceptar que no se puede ganar siempre. Aceptar que en la vida siempre tendrás al menos un enemigo que quiere morderte. Comprender que la edad es inexorable y que deteriora tu condición....
Soy el tipo de las gafas de culo de vaso, tengo mil defectos y pequeñas virtudes sin importancia, y además ya me he rendido y apenas tengo fuerzas para cambiar mi destino, para influir en el mismo.
Si, soy todo eso pero...¿sabes? Yo no he sufrido amnesia. Y sí que he ido al terapeuta, bueno, en realidad no he dejado nunca de ir desde que en el colegio me pusieron Rompetechos y me jorobaron la existencia, pero mi terapeuta nunca me ha pedido que olvide, que pase página. Me ha pedido otras cosas. Pero nunca me ha pedido que te olvide, ni que olvide lo que pasó. Y si lo hubiese hecho, si me lo hubiese pedido, aún con la excusa de que eso mejoraría mi salud mental, me habría negado en rotundo a hacerlo. Puedo haber aprendido a no ganar siempre. Puedo haber aprendido algo sobre cómo querer a ese tío feo que veo cuando me enfrento al espejo. Lo mismo hasta he aprendido a ser otro en mí. Pero reitero, no he aprendido a olvidarte, ni a olvidar lo que pasó. Y por eso hoy te escribo esta carta. Te escribo para decirte que lo que se vive con intensidad, con arrobo, sin respiración, eso no se olvida. Te escribo para decirte que puedes refugiarte en tu amnesia o en los resortes que hayas aprendido, que puede que eso sea hoy para ti lo mejor. Es posible que hasta los fuegos eternos sean un día ceniza. Es posible que hayas sido capaz de minimizar una realidad, o incluso es posible que el tiempo haya deformado algunas partes como las películas antiguas que se guardaban en latas.
Me da igual. Es más, debería permanecer callado. Debería observar impertérrito cómo parece que no viviste ese momento.
Puedes, pues, continuar negándonos. Yo no lo haré. No haré eso con mis recuerdos. No viviré en ellos, pero no los negaré.
Soy miope, torpe, charlatán y ahora también soy un calvito nostálgico. Pero no niego que nos amamos. Como si no existiese un mañana. Y no. No lo olvidaré.