lunes, 4 de mayo de 2015

TOSCANA

Supongo que todos hemos hecho alguna vez un viaje que marcó nuestras vidas. Algunos lugares estaban antes de que tu estuvieses en ellos, pero parece que te esperaban, parece que están diseñados para enamorarte, para arrancarte una sonrisa, un suspiro, una lágrima. Algunos lugares que no conoces son más tuyos que las calles por las que normalmente transcurre tu vida.

Todo eso es cierto, pero algunos lugares son además así por la persona que te acompaña en ellos, por la persona con la que los compartes. La magia se puede romper mañana, o pronto o nunca. Pero lo que uno ya ha vivido, eso ya no lo rompe nadie.



TOSCANA

 

El sol de última hora de la tarde lanza rayos dorados que quedan enganchados en las tierras de faena, entre las hileras de cipreses, en los manteles blancos prendidos con pinzas en las cuerdas, manteles que desean secarse cuanto antes para volver a ser colocados en las mesas allí en la plaza, en la enoteca Molesini.

 

Entre las calles estrechas la canícula va desfalleciendo, y de los campos cercanos al lago nos llegan sorteando recovecos de piedra olores a lavanda, a paja empacada, a humedad, a campo abierto, a Toscana pura.

 

Comienzan a abrir los puestos de artesanos, los niños de varias nacionalidades forman con sus voces una pequeña Babel, el camarero me sirve un Avignonesi con una mini bruschetta con tomate y orégano y un grupo de chicas con vestidos vaporosos contribuyen a dar un aire festivo al conjunto que observo desde mi sitio junto a la puerta.

 

Marco, el joven camarero de Molesini, sale a fumar un cigarro y se sienta en mi mesa. Hablamos del campo, de las ragazzas, de la última cosecha en Montalcino y de una receta de salsa especial que según él le hará rico y le permitirá marcharse de Cortona para ir a vivir a Florencia o a Milán.

 

Le miro y sonrío. Ojalá encontrara yo también esa receta que me permitiera abandonar Madrid para quedarme definitivamente en esta plaza, con esos niños, y quizá con alguno mío que engrosara sus filas, al que chillarle que no baje tan rápido las escaleras del ayuntamiento, o que no les levante las faldas a las muchachas. Marco no me entiende, dá la última calada al cigarro y me dice que soy un español loco.

 

La hora de la cena llega antes que yo al Melone y Roberta me espera enfadada, ya con los manteles en las mesas y con su uniforme blanco resplandeciente, tanto como su sonrisa mientras me pide que vaya a buscarte.

 

Al abrir la puerta sales del baño con el vestido rojo con el que te pareces a la de desayuno con diamantes, hueles a flores que parecen recogidas en el jardín de la finca y llevas el color dorado del sol  que has atrapado hoy en la piscina de Oberdam. Y vuelvo a pensar en la receta mágica que me haga repetir para tí este momento, el momento en el que más feliz y tranquila te he visto en mi vida. Bajo el sol de nuestra Toscana.