Todo eso es cierto, pero algunos lugares son además así por la persona que te acompaña en ellos, por la persona con la que los compartes. La magia se puede romper mañana, o pronto o nunca. Pero lo que uno ya ha vivido, eso ya no lo rompe nadie.
TOSCANA
El
sol de última hora de la tarde lanza rayos dorados que quedan enganchados en
las tierras de faena, entre las hileras de cipreses, en los manteles blancos
prendidos con pinzas en las cuerdas, manteles que desean secarse cuanto antes
para volver a ser colocados en las mesas allí en la plaza, en la enoteca
Molesini.
Entre
las calles estrechas la canícula va desfalleciendo, y de los campos cercanos al
lago nos llegan sorteando recovecos de piedra olores a lavanda, a paja empacada,
a humedad, a campo abierto, a Toscana pura.
Comienzan
a abrir los puestos de artesanos, los niños de varias nacionalidades forman con
sus voces una pequeña Babel, el camarero me sirve un Avignonesi con una mini
bruschetta con tomate y orégano y un grupo de chicas con vestidos vaporosos
contribuyen a dar un aire festivo al conjunto que observo desde mi sitio junto
a la puerta.
Marco,
el joven camarero de Molesini, sale a fumar un cigarro y se sienta en mi mesa.
Hablamos del campo, de las ragazzas, de la última cosecha en Montalcino y de
una receta de salsa especial que según él le hará rico y le permitirá marcharse
de Cortona para ir a vivir a Florencia o a Milán.
Le
miro y sonrío. Ojalá encontrara yo también esa receta que me permitiera
abandonar Madrid para quedarme definitivamente en esta plaza, con esos niños, y
quizá con alguno mío que engrosara sus filas, al que chillarle que no baje tan
rápido las escaleras del ayuntamiento, o que no les levante las faldas a las
muchachas. Marco no me entiende, dá la última calada al cigarro y me dice que
soy un español loco.
La
hora de la cena llega antes que yo al Melone y Roberta me espera enfadada, ya
con los manteles en las mesas y con su uniforme blanco resplandeciente, tanto
como su sonrisa mientras me pide que vaya a buscarte.
Al
abrir la puerta sales del baño con el vestido rojo con el que te pareces a la
de desayuno con diamantes, hueles a flores que parecen recogidas en el jardín
de la finca y llevas el color dorado del sol
que has atrapado hoy en la piscina de Oberdam. Y vuelvo a pensar en la
receta mágica que me haga repetir para tí este momento, el momento en el que
más feliz y tranquila te he visto en mi vida. Bajo el sol de nuestra Toscana.